Voy camino de los treinta años de trabajo en el campo de las drogodependencias en sus dos modalidades: el tratamiento y la prevención. En estos años he presenciado mucho y, por desgracia, lo que nos queda por ver. Fui testigo de los duros años de la heroína, los pavorosos años ochenta, de los estragos que ocasionó en muchos jóvenes, en sus familias y en la sociedad.
No obstante la terrible lección que nos proporcionó que hizo que la gente le tomara miedo, no fue suficiente para que la sociedad aprendiera de los efectos ocultos de las drogas (la otra cara de estas sustancias, los efectos a medio y largo plazo), y se enfrascó en una disparatada carrera por seguir buscando el disfrute y el placer con ellas. A pesar de este terrorífico aviso que proporcionó la heroína, en los años noventa comenzó el boom del consumo del cannabis y de la cocaína.
Respecto al cannabis se introdujo la errónea idea de droga blanda en contraposición a la heroína (no hay drogas blandas o duras, hay drogas); y, en cuanto a la cocaína se partió de la idea que no enganchaba como la heroína (físicamente no, pero psicológicamente tanto o más que aquella, y este el verdadero problema de la dependencia), llegándosela a considerar el champaña de las drogas.
Recuerdo que en 1998, en una entrevista, comenté que lo que entonces estábamos viviendo no era nada comparado con lo que se avecinaba: que el siglo XXI sería el siglo de las drogas. Y en él estamos, viendo las consecuencias de aquellos planteamientos. Ante esta situación, cada vez que he tenido la oportunidad de ser entrevistado en algún medio de comunicación, he aprovechado para sugerir e insistir que todos estamos implicados en concienciar a la sociedad sobre los efectos que las drogas están ocasionando a nivel individual, familiar, escolar, laboral y social, pues a todos estos estamentos está afectando.
Por este motivo quiero aportar: el consumo de cannabis (porros) y el de cocaína ha penetrado de tal manera en la sociedad que se ha generalizado y normalizado de manera colosal su consumo. El cannabis se está consumiendo a niveles preocupantes tanto en los estudiantes de 13-14 años como en los universitarios, así como entre los trabajadores de todos los ramos. El consumo de cocaína se da en todas las edades (ya hemos visto inicios de su consumo a los doce años) y se ha instalado en todos los grupos sociales. Somos de los primeros -si no los primeros- en el ranking mundial de consumo de cannabis y cocaína. Estamos en los primeros lugares de la Champions League de los países consumidores de drogas.
Y esto no hay sociedad que lo pueda soportar debido a las múltiples consecuencias que genera a medio y largo plazo: fracaso escolar (convendría tener presente qué responsabilidad tiene el consumo de cannabis en los resultados del informe PISA), ruina económica familiar, alteraciones emocionales y de comportamientos, reacciones violentas cuando falta dinero para la droga, descapitalización de empresas, bajo rendimiento laboral, escasa productividad laboral, además de otros problemas físicos y mentales.
A los que se quieran iniciar en el consumo de cualquier droga les sugiero esta reflexión: toda medicina tiene su correspondiente prospecto donde se nos informa, por una parte, de la composición, el laboratorio e indicaciones -para qué es útil-; pero también de los posibles efectos secundarios, de las reacciones adversas y contraindicaciones.
Sin embargo no se reparte con las drogas el correspondiente ‘prospecto’ donde se informe verazmente sobre sus efectos a medio y largo plazo. Y lo más grave, aun disponiendo de alguna información previa, no se hace caso. Se parte de la creencia de que a mí no me pasará aquello que se ha podido observar en otros casos; que no voy a tener problemas con ellas, o el típico «yo controlo», que tantas veces he escuchado. Utilizando la analogía entre lo físico y lo mental podría considerarse que, finalizando el siglo pasado, las drogas eran un ‘cáncer’ para la sociedad. Hoy, primera década del siglo XXI, se han convertido en una metástasis.
Hay muchos enfoques para conocer la realidad de este problema. Uno puede ser las estadísticas, pero tienen sus limitaciones. Otra es la información que recogemos los que diariamente escuchamos a los que viven este problema, y que constantemente nos reportan, por ejemplo: si la sociedad y los padres supieran lo que está pasando alucinarían; mi generación nos hemos pasado con las drogas, pero los que vienen detrás nos superan; y también la que nos llega de los familiares: este no es mi hijo/a o mi pareja; no se puede vivir con él/ella, y otras más sorprendentes: Bueno, son cosas de los jóvenes, todos fuman algunos porros. Que cada cual interprete estos datos como considere. Se nos fue de las manos este problema hace años y ahora está haciendo estragos. Como en otros muchos problemas, la sociedad va años luz detrás de ellos.
Conviene tener presente que la enorme pérdida de energía motivacional y de formación que está provocando en los jóvenes el consumo de cannabis (que afecta a la atención, la concentración, la memoria, la motivación, y, en bastantes casos, ha desencadenado psicosis cannábica); y en los adultos la cocaína, debido al generalizado y altísimo consumo que está afectando ala persona, a la familia y a las parejas, al rendimiento laboral y generando una sangría económica para las familias, para las empresas y para la economía (además de problemas de salud, de reacciones violentas-agresivas, y en casos psicosis cocaínica).
Los efectos de las drogas en el cerebro no se eliminan después de desaparecer el típico «colocón», ya que se acumulan produciendo las consecuencias características. No estamos en la situación de los años ochenta, donde se decía que alguna familia tenía un problema de drogadicción. Se ha producido un desarrollo cualitativo y cuantitativo por cuanto hoy se vive esta realidad: «en muchas familias ya hay un problema de drogadicción». Y esto que estamos viendo y sufriendo es solo la punta del iceberg de la realidad.
Lo expuesto anteriormente puede generar el rechazo de los partidarios de la legalización de las drogas (la sociedad que lo haga tendrá que hacer frente a las consecuencias); también de los gurús de la libertad que proponen que el ser humano puede hacer de su vida lo que quiera (si hay algo que atenta contra la libertad del ser humano son las drogas), y de muchos de los actuales jóvenes consumidores (respetados amigos, disculpadme la observación: seréis observadores de las secuelas cuando llevéis años de consumo. No olvidéis que las drogas presentan factura). No obstante se pueda producir lo anterior, no quiero callarme estas reflexiones porque me interesa la sociedad en la que vivo y las personas que la conforma.
La sociedad que no cuide a su futuro está condenada a desaparecer. Y los jóvenes actuales son nuestro futuro. Fuimos testigos de cómo la heroína acabó con muchos excepcionales jóvenes de varias generaciones. Ahora estamos viendo lo que está haciendo la cannabis y la cocaína con la sociedad actual. No reaccionar pronto y adecuadamente es negligente, imprudente e irresponsable.
Finalmente me gustaría que los consumidores adultos reflexionen que si no quieren dejar a sus hijos una sociedad plagada de drogas, no contribuyan a ello. Cada uno de sus consumos es un granito de arena que ponen para que esta sociedad se inunde de drogas. No hay traficantes si no hay consumidores. El problema no es tanto la oferta, sino la demanda. Los traficantes tienen su parte de responsabilidad en esta historia, pero los mayores responsables son los consumidores.